En la universidad, José se enamoró de Rebeca, una amiga de la Facultad, pero no se dio cuenta al principio, así que la abordó como amigo. Un error irreparable. Además, ella siempre tenía novios más guapos que él porque era una belleza, así que José porfiaba en la amistad, hasta el día en que se sorprendió enamorado. Se lo dijo y Rebeca lo rechazó con tacto, casi con dulzura, así que pudieron seguir siendo grandes amigos. Veinte años después, cuando cada uno seguía en su barca por el mar de la vida, José conoció a una mujer en el trabajo. Se enamoraron, se hicieron novios, y aunque para los amigos de José eran una pareja incompatible, seguían juntos y él vivía fascinado. Un día, hablando por teléfono, él dijo algo muy gracioso y ella soltó una carcajada. Sin tenerla al frente, con la distancia que da el teléfono, José reconoció la risa de Rebeca. ¡Con que su nueva novia tenía exactamente la misma risa de su viejo amor! Ese era el rasgo lo que lo amarraba a ella como Odiseo al mástil de su nave.
ficción