Ir en el carro y mirar al del carro de al lado porque cometió una infracción. Verle esa cara de bruto, de esa gente que uno sabe que no entiende el lenguaje, que no comprende la lógica de nada, y que por eso hace el mal. Por bruta. Pensar que son millones en una sola ciudad.
Jardinería
Compré un mirto y unas violetas para mi casa. Las trasplanté a unas materas que tengo en el balcón, pero temí por las violetas porque el resto de su vida será a la intemperie. Ahora ya todas llevan viviendo allí dos semanas, y el mirto, tan fuerte, tan callejero, está descompuesto, mientras que las violetas, vanidosas y finas, se han adaptado estupendamente. En su esplendor, se ufanan. No diré nada del pobre mirto, pero me imagino a las violetas diciendo: “Tan bobo ese señor. Creyó que éramos solo unas bobas bonitas.”
Una confesión anticipada
Quiero que sepan todos que, el día en que asalten un camión de transporte de valores en mi barrio, habré sido yo. Unos meses antes, habré armado un comando con unos veteranos de guerra con los que habré tenido una relación profesional, pero cálida. Después habré comprado por internet unos fusiles de asalto, nos habremos ido a una finca a preparar el golpe y a ensayar, y será un todo un éxito. Lo habré hecho porque detesto el capitalismo, detesto el sistema financiero y, sobre todo, porque odio apasionadamente los camiones de valores porque se estacionan donde les da la gana, y a sus conductores y copilotos, que son unos guardias armados hasta los dientes, que cuidan con celo la plata de sus explotadores, y se bajan del camión con arrogancia, malos modales y un chaleco antibalas; uno con un revolver .38 y el otro con una escopeta recortada. ¡Entran a los sitios como Pedro por su casa, creyéndose los grandes señores! Quiero que sepan también que no me gastaré el botín en lujos, ni en viajes de mal gusto, como en la porquería esa de seria española La casa de papel, que a todo el mundo le parece, dizque, muy buena. No. Yo no soy así. Yo terminaré de pagar mi apartamento y mi carro, invitaré a mis amigos a comer a Crêpes, y seguiré con mi trabajo en el colegio, como si nada, hasta que llegue la policía a arrestarme en plena clase porque confesé mi plan que, salvo por esta confesión, es perfecto. “Niños”, diré, “disculpen, pero debo retirarme porque la ley me requiere”. Después de pagar mi pena en una cárcel en la que los otros reclusos me habrán tratado como a un héroe por la temeridad y justicia del asalto, volveré a mi clase de Literatura latinoamericana con los de 9° y, para hacerle un homenaje a Fray Luis de León, diré como él cuando regresó un año después de haber estado en manos de la Inquisición: “Como decíamos ayer”, y retomaré el tema de la clase. Seré recordado como el profesor de colegio que orquestó -me gusta mucho ese verbo para esta ocasión- un asalto a un camión de valores. “Cuando la vida imita al arte” titulará con desatino un diario haciendo referencia a esa serie que mencioné y que odio tanto, o más, que a los malditos camiones de valores y sus guardias.
ficción
Una disculpa
Una hoja informativa que ahora trae el somnífero que tomo a diario desde hace veinte años reza: «Los agentes sedantes/hipnóticos como *** pueden producir otras reacciones psiquiátricas y paradójicas tales como: intranquilidad, agitación, irritabilidad, agresividad, delirios, ataques de ira, pesadillas, alucinaciones, psicosis, comportamiento inadecuado y otros efectos adversos sobre la conducta. (…) Se han notificado casos de sonambulismo y otros comportamientos asociados tales como: conducir, cocinar, llamar por teléfono, con amnesia para estos hechos en personas que habían tomado *** y que no estaban totalmente despiertas». Me tomo media pastilla cada noche, y mi terapeuta me dijo que esa dosis es apenas un placebo, pero, de todas formas, disculpen mis comportamientos. Espero estar haciendo una pequeña reparación con ese magnífico texto que cito.
El cura
Estudié en un colegio de monjes benedictinos en el que la Primaria la llevaban monjas. Recuerdo cómo ambos, monjes y monjas, se metían el pañuelo en el puño de la manga del suéter. En particular, me maravillaba ver cómo el padre S., que era además el entrenador de baloncesto, mientras oficiaba misa se pasaba velozmente el pañuelo por la nariz y lo guardaba en la manga; al rato lo volvía a sacar. Parecía un truco de magia. De niño, yo decía que quería ser cura porque los ritos y la fe me fascinaban, pero también para congraciarme con mi madre, que era devota. Llegué a la adolescencia y abjuré de esa fantasía infantil. Crecí, estudié, viajé, trabajé y dejé de practicar cualquier religión. Un día, a mis cincuenta, al comienzo de la pandemia del COVID-19, en una semana particularmente solitaria entré solo a mi apartamento de soltero, me quité el barbijo y, sin pensarlo, lo guardé bajo el puño de la camisa. Me vi haciendo eso y pensé que, a pesar de todo y a mi pesar, soy un maldito cura.
Paradoja
“La vida es fácil”, me digo con serenidad y jactancia. Y entonces veo la plantita a la que me he olvidado de regar hace varios días y que ya se empieza a secar. “Para ella no”.
El poder de la mente
Alguien debería escribir un libro con este título, pero explicando cuál es el verdadero poder la mente: el inconsciente. Y es por eso que los libros de autoayuda no sirven para nada. Y por lo que resulta tan chistoso lo de “el poder la mente” (como si esta obedeciera a la voluntad y a los propósitos, metas, objetivos, o lo que sea). Se propone uno algo y a mitad de camino el poderoso inconsciente le pasa por encima al proyecto como una aplanadora. Me dirán que no siempre, claro, y que uno sí puede controlar la mente. Y sí, pero debe estar atento a los vagones de atrás que se van descarrilando mientras la locomotora avanza ciega hacia el destino que uno le fijó.
Espías
Estoy viendo una serie sobre el servicio secreto francés, y todo es verosímil. Así que podemos suponer que no es muy distinto en la realidad. En la serie, por ejemplo, el espía protagonista vivió durante seis años en Damasco fingiendo ser profesor de secundaria; tenía el trabajo, hizo amigos y hasta se consiguió una amante. Su fachada era perfecta y, cuando llegó el momento de regresar a Francia, fue desmontando todo para no esfumarse, sino más bien para irse desvaneciendo hasta quedar como un ingrato. Y entonces me pregunto si no habremos conocido de cerca a alguien de algún servicio secreto; la gente que se ha ido de nuestra vida, esa persona de la que un buen día ya no supimos nada más, ¿no podía ser una agente encubierta? ¿Yo mismo no lo seré, y este blog es precisamente parte de mi fachada? ¿Y escribir sobre ello no será una forma de levantar cualquier sospecha?
ficción
Overbred Dogs
«But if the West is a place of privilege, people suffer differently there too. Exempt from many of the relentless physical and social obligations necessary in a traditional life for survival, they become spoiled and fragile like overbred dogs; neurotic and prone to a host of emotional crises unknown elsewhere.»
Jason Elliot, An Unexpected Light – Travels in Afghanistan (London: Picador, 1999)
Un temor
No tengo una idea fija del más allá, pero sí creo que pasamos a otro estado, que no morimos con el cuerpo. Por eso mi temor es pensar en que mis muertos me ven. ¿Con que mi abuela me ve mirándome al espejo haciendo muecas? ¿Mi madre cuando bailo y canto Pop en pantuflas? ¿Mis amigos oyen mis soliloquios violentos y vengativos contra gente que amo, los reprochables videos que me paso horas viendo en la cama? Sería una vergüenza trascendental.