Suelo comprar una comida congelada muy sabrosa, que se debe calentar al baño María. Los platos vienen tapados con un plástico transparente fino, que toca quitar después de calentarlos. El otro día, cuando aún se calentaba uno, el plástico se desprendió, el agua del baño entró en el plato de plástico y arruinó la comida. Airado, le escribí a la empresa. Era tal mi rabia, que sugerí que habían cambiado el pegante que estaban usando para el plástico, y por eso éste se había desprendido (ya que esto nunca antes me había pasado). El empleado que recibió el correo se lo reenvió al encargado de control de calidad, y él habló con el encargado de proveedores. El encargado de proveedores inició una investigación que lo llevó al dueño de la empresa de pegante, y se descubrió que éste les había ordenado a sus empleados rendir el pegante con agua. El malvado fue capturado y, en castigo, la Justicia determinó que debía cocinar para mí todos los días durante seis meses bajo la supervisión del encargado de control de calidad de la empresa de comida congelada. Me satisfizo la pena, aunque ahora temo que intente envenenarme echándole pegante a mi comida.
ficción