Tomasito

Mi primo tomó en arriendo un lavadero de carros. En el segundo piso del pequeño edificio donde quedaba su oficina, vivían los dueños del local: una pareja mayor y su hijo, Tomasito, que tendría unos veinticinco años. Tomasito era bajo y tenía una discapacidad mental leve, apenas notoria para un observador casual. Llevaba el pelo al rape, no trabajaba, y hacía deporte maniáticamente. Su rutina diaria consistía en levantar pesas y después salir a correr muy rápido con el cinturón de las pesas puesto. Mi primo y yo nos burlábamos de él. Un día salió de su casa, arrancó a correr a toda velocidad, cruzó la Autopista Norte como un bólido y, en la mitad de la calzada, un camión que pasaba más rápido que él, lo aplastó.