Hice un viaje intenso de un mes por Europa. No lo hacía desde 2019, en el último verano antes del Covid. Aeropuertos, museos, trenes, aviones, Juegos Olímpicos, estaciones, parques y metros. Gente, gente y gente. El 19 de julio me tocó la caída de internet en Amsterdam, y estuve varado ocho horas en Schiphol, atestado de viajeros. Y me llamó la atención durante todo el viaje cómo ya casi nadie se mira, nadie lo mira uno y uno evita mirar a los demás. Es como si se debiera evitar el contacto visual –el contagio– a toda costa. Y no es por los teléfonos celulares, ya que, salvo por los adolescentes en los museos, no vi a muchos adultos enganchados a éstos. Y entonces me imagino que un buen día, un invisible –un invisibilizado– no lo soporta más y se hace visible volándose en pedazos, o volando algo.