En el habla bogotana de los años ochenta “pichar” era sinónimo de fornicar. Y me da risa pensar en que transformáramos el nombre Ricardo en “Pichardo” –era un chiste fácil y muy común– implicando que un hombre que se llama Ricardo fornica mucho. También me parece chistoso decirlo en voz alta: “Pichardo”. En la oficina hay un gordo bonachón y un poco tonto que se llama Ricardo. Todos lo queremos, aunque no es nuestro amigo, y le decimos Pichardo solo para hacerlo reír porque el gordo se congestiona cuando le hacemos el chiste. También sabemos que es célibe.
ficción