Yo era muy pobre y siempre tenía la ilusión de ganarme un premio; de que, de pronto, me llegara dinero milagrosamente. Compraba café de una marca que anunciaba una rifa. Para participar, uno tenía que enviar por correo postal el código de barras del paquete, pegado a una hoja con sus datos personales. Durante meses, diligentemente, yo abría la bolsa de café, lo vaciaba en un frasco, recortaba el código de barras, lo pegaba a la hoja con mis datos personales y lo metía en un sobre. Iba a la oficina de correos y enviaba la carta pensando siempre en que esta vez sí.