Domiciliarios

Cuando pido un domicilio pienso en la dura vida de los domiciliarios y me conmuevo. Recorren pocas o muchas calles para llevar algo por lo que les pagan una miseria, no siempre los clientes les dan una propina y muchas veces los hacen esperar en la puerta del edificio por demasiado tiempo. Los porteros suelen despreciarlos o, cuando menos, los tratan con displicencia. Muchos son inmigrantes. Yo siempre les doy una propina generosa y a veces me imagino que le ofrezco hospedaje a alguno con su familia, pero cuando voy al supermercado y los veo en los pasillos, los detesto por su prisa, sus botas de caucho y su ropa sucia. Y si voy en el carro y cometen una imprudencia en la vía, fantaseo con atropellarlos y aplastarles las cajas donde llevan la comida. ¡Pero si son los mismos!, me digo.