Un pobre hombre

Entro a un local pequeño de un almacén de cadena, cojo lo que voy a comprar y me paro en la fila de pago, detrás de una mujer. Delante de ella está un hombre. Al parecer, es un obrero porque lleva un metro en la pretina del pantalón y está muy sucio de polvo y pintura (demasiado, incluso para un obrero de la construcción). Es evidente su pobreza. Su gran pobreza. La mujer de la caja llama al siguiente cliente en la fila, y la mujer que estaba detrás de él pasa primero. Es tan natural su gesto, que no estoy seguro de si debería decirle algo. ¿Estaba ahí antes que él, se salió de la fila y volvió a su lugar? O, tal vez, ¿él la dejó pasar con un gesto rápido que yo no alcancé a ver? Llega el turno del hombre, que le pide a la cajera que le cambie un billete. La mujer mira el billete y se lo muestra a su compañera de caja, que parece más veterana. Ésta le dice que mejor no lo acepte. Se lo devuelve al hombre que, resignado y amable, lo toma, dice “bueno” y se marcha. Su resignación me conmovió, aunque me temo que el billete era, en efecto, falso. Alcancé a verlo cuando la cajera lo puso a contraluz. Por otro lado, era de un valor tan bajo que, creo, no tendría mucho sentido falsificarlo.