El primer carro familiar del que tengo memoria es un Wartburg (fabricados en la antigua Alemania Oriental). “El barbur”, le decíamos. Eran los 70 en Bogotá. Después mi papá pudo comprarse un Fiat 128L de segunda mano. Unos años después lo cambió por un Renault 18, usado también, y a éste le siguió un Mazda LX. Por último el Renault 21, ese sí nuevo, ¡sin estrenar! Yo tenía ya veintitantos años cuando mi papá se lo pudo comprar. Recuerdo cuando le vendió el Fiat a una pareja de recién casados. Ellos le contaron a mi papá que estaban arrancando con su vida de matrimonio joven y él compartió con ellos sus historias: recién casado tuvo un Mercury que se varaba todo el tiempo. Tal vez es el medio del que me rodeo, tal vez son mis propias aspiraciones pequeño burguesas, pero siento que ese mundo se acabó, el de la idea de progresar. Había algo de disciplina, de ir mejorando las condiciones de vida a sabiendas de que se tomaría toda la vida y que de eso se trata. ¿Por qué siento que ya nadie lo entiende? ¿Qué todo el mundo en Colombia quiere saltar del Wartburg al Renault 21? Me pregunto si eso era una ética y si no hay algo dañino para el espíritu en empezar de una buena vez con una 4 x 4 último modelo.