Lo que nos define son las relaciones con los otros de nuestra especie y con la naturaleza, los animales y las plantas. No es espiritualidad ni moralidad; es biología. Nuestro cerebro y nuestro cuerpo lo necesitan. Y quien no tuvo en la infancia una estructura familiar más o menos armónica, en la adultez construirá sus relaciones marcado por el trauma, es decir, por sus patrones relacionales de la niñez. Las redes sociales crean la fantasía de estar conectados con los otros y con el mundo, pero eso es una ilusión neurótica. Alejandro Magno, Julio César, Genghis Khan, Catalina la Grande o Hitler: locos empeñados en cambiar el mundo solo para tratar de reconstruir su infancia -proyectar sobre la tierra su mapa relacional. A menor escala, eso hacemos todos en nuestros munditos. El tamaño de nuestro sufrimiento es el tamaño de nuestra necesidad de atención, de nuestras carencias afectivas y de nuestro yo maltratado. Por eso tendría que haber una ley que obligara a los padres de familia (o al Estado) a pagarnos la psicoterapia a todos.