Mi vida, de la que trato de ser consciente, se desbarata cuando se daña mi carro, cuando tengo que ir al banco y cuando me enfermo. Entonces, todo lo que pienso sobre la existencia, sobre el destino o sobre el autoconocimiento, queda hecho trizas. Quedo a merced de lo que digan el mecánico, la empleada del banco o el médico. Sus palabras son la verdad. ¿Qué me importa la trascendencia de mi alma cuando me explican que se dañó la bobina del carro y que por eso tengo que pagar doscientos mil pesos? ¿O que el banco solo me puede prestar el 70% del valor de un apartamento que quisiera comprar? ¿O que tengo que dejar el pan blanco porque irrita el colon?