Soy moderado por naturaleza y no por virtud, así que no me ufano de ser contestatario ni rebelde –apenas lo necesario, supongo. Pero en un Día de la madre me fui a caminar solo al Páramo de Chingaza (no celebro esa fiesta porque mi madre murió hace años, pero igual la aborrecía cuando ella vivía). Salí temprano en la mañana y aún no había carros en las calles, lo que me permitió llegar rápido; en el Páramo había poca gente y los que estaban se veían todos amables y aventureros; en el sendero que cogí, apenas si me crucé con un par de caminantes. Fui feliz. Al salir, después del mediodía, tomé la vía de La Calera hacia Bogotá y, claro, en esa dirección no había carros. En la dirección contraria, el trancón era de kilómetros y la gente se veía irritada e impaciente. Yo manejaba rápido y feliz oyendo Bob Dylan. ¿Cómo es posible que la gente se haga la vida miserable siguiendo unas costumbres ridículas y sin sentido? Ayer fui a contracorriente literalmente y me sentí pleno. Y por eso quisiera que más gente lo probara más a menudo. Porque eso es educarse.