Paso frente a un almacén de telas al final de la tarde, cuando ya están cerrando, y veo una escena que me confunde momentáneamente: las luces del local están apagadas, pero todos los empleados siguen adentro, amontonados alrededor de alguien en un círculo y sin conservar el distanciamiento al que nos obliga el virus. No se mueven, pero hacen algo con las manos. Me detengo unos segundos y alcanzo a pensar que se trata de un robo o una celebración, pero entonces recuerdo que en la mayoría de los almacenes del país es una práctica revisar las carteras, las bolsas y los morrales de todos los empleados todos los días antes de salir para asegurarse de que no se robaron nada (rodeaban al vigilante, que hacía la requisa diaria). Pero, ¿y el respeto? ¿Los derechos del trabajador? ¿El Contrato social? ¡Por favor!, si Colombia ya era una distopía desde mucho antes de que el género se pusiera de moda.