En Colombia, “echar tinto” quiere decir tomarse un café aguado en un vasito de plástico muy delgado que deja pasar el calor. En la calle hay muchos puestos en los que lo venden y, en este caso, se trata de algo que los transeúntes que van de camino al trabajo pueden hacer de prisa. Eso lo entiendo. A medias. Pero otra cosa es “echar tinto” en una tienda o cafetería. Es una nimiedad, pero es también algo que, creo, refleja muy bien nuestra identidad nacional: se trata de un café aguado, mal preparado; por lo general, está hirviendo, lo que no tiene ningún sentido, ya que uno se puede quemar, así que tiene que dejarlo enfriar; lo venden en vasos de plástico, a lo que le enciman un mezclador también plástico y un sobre de azúcar procesada (un horror ecológico y dietético). Y todo eso no sería tan amargo si Colombia no fuera un productor de excelente café. Ahora bien, desde finales de los 90 se ha venido imponiendo la costumbre de “tomarse un café”, como en cualquier sociedad civilizada, pero todavía hay mucha gente que insiste en “echarse un tintico”. Yo lo hice muchas veces, por supuesto, pero en algún momento entendí que el mundo en el que eso se hace tiene que acabarse.