No me quejo de mi vida sentimental porque esta ha sido buena y he sido muy querido. Sin embargo, tengo un pequeño reparo: no he recibido demasiados halagos que pueda interpretar como piropos. Podría haber recibido más. Ahora bien, entre los pocos que me han dicho, ha habido tres que para mí son memorables. El primero vino de la madre de un antiguo compañero de colegio, una mujer muy elegante. Una vez, muchos años después de la época del colegio, fuimos juntos en mi carro a que alguien nos ayudara con un asunto familiar serio. En medio del viaje por una autopista que recorrimos de ida y vuelta, me soltó de repente: “Pacho, es que tú manejas a toda velocidad, pero, ¡perfecto! Una delicia”. El segundo vino de una estudiante adolescente: en el auge de la serie Dr. House, un día me dijo que yo me parecía a ese personaje. Y el tercero fue hace apenas un par de años. Una amiga, que es exitosa, inteligente y guapa, y a la que no veía hacía tiempo, me preguntó que si tenía novia en ese momento. Le contesté que no y dijo con candidez: “¡No puede ser! Increíble…”.