Un día vi en un cómic gringo un aviso de una colección de soldados de plástico. Yo tendría 7 u 8 años. Escribí a la dirección que había en el aviso y, varias semanas después, me contestaron con una carta manuscrita: no, lo sentían mucho, no enviaban los soldados por correo internacional (eran los 70) pero, ¡me había llegado una carta! ¡A mí! Fue tan importante, que aún lo recuerdo. Cuando estuve en el ejército en los 80, en la Península del Sinaí, era una alegría recibir correo, que por lo general era inesperado. ¿Qué será, de quién? Ahora espero la remesa de algo que yo mismo pedí por Amazon y cuando me avisan que tengo un paquete, no me pregunto qué será ni de quién. Sé que se trata de algo que yo mismo pedí y, como puedo hacer varios pedidos al mes, la única inquietud es “¿cuál será?” Es la autosatisfacción reemplazando a la sorpresa.