Al paseo habían invitado también a una señora de unos sesenta años, que era la tía o la hermana mayor de la madre de la amiga de mi novia de entonces. La señora era agradable y elegante, y más o menos buena conversadora, pero se creía más ingeniosa de lo que era en realidad. Cuando le preguntaban que si quería sal, pimienta o vinagreta con la comida, o azúcar con el café, decía, muy pagada de sí misma: “una minchita”, y juntaba el pulgar con el índice para representar una pizca. “Minchita” no es una palabra de uso común en el castellano colombiano, ni creo que lo sea en el de ningún otro país. Nunca la había oído. Seguro era un vocablo familiar. Y ella no perdía la oportunidad para decir “minchita” y así parecer peculiar. Sin habernos puesto de acuerdo, los demás invitados nos resistimos a preguntarle por el origen de esa palabra tan irritante.