Desadaptados

El día del Paro nacional en el que hubo la mayor concentración de gente en el monumento a Los Héroes, salí después de las diez de la noche de donde una amiga que, por mi cumpleaños, me había invitado a comer a su casa, a pocas manzanas del monumento. Bajé por la calle 85 para tomar la Autopista Norte. Iba en mi carro, satisfecho de mí mismo y de mi vida, y por el carril de los buses de Transmilenio caminaban los últimos marchantes; todos jóvenes; unos con la bandera de Colombia sobre los hombros como una capa y otros con la camiseta de la Selección de fútbol. Me conmovió que muchos fueran solos (supongo que habían venido de muy lejos y que a esa hora regresaban a pie a sus barrios porque no había buses). Pero, ¿y qué necesidad hay de hacer eso? ¡Si yo a su edad estaba estudiando en la universidad y los fines de semana en la noche estaba con mis amigos en la Zona T o en La Candelaria! Cómo no ver algo tan evidente: que si un joven sale a protestar varios días seguidos y termina su semana caminando solo por las calles de noche, exponiéndose a ladrones y policías, es porque está mal de muchas maneras, de todas. Está llamando la atención, dirá algún viejo pendejo. Exactamente. Y es por eso que tenemos que prestarles toda nuestra atención. “Desadaptados” escribió una revistucha semanal hace unos días, refiriéndose al performance que hizo una joven frente al edificio de dicha publicación. Y viendo a los caminantes esa noche se me vino a la mente eso de “desadaptados”. Por supuesto que son unos desadaptados porque, ¿a qué se supone que tienen que “adaptarse”? ¿A que les disparen a los ojos?