En el edificio donde vivo ahora están arreglando la fachada y los pasillos, que son abiertos a los edificios de los costados y, por eso, al ruido de la calle. Durante el día, un obrero trabaja colgado de un arnés en la boca del corredor que está a un metro de la puerta de mi apartamento. El otro día puso música en el altavoz de su celular mientras que yo estaba tratando de escribir, y me distrajo (sobre todo porque era música norteña compuesta en Colombia –tan basta y tan destemplada). Yo, por mi parte, trabajo oyendo música barroca o Ambient a un volumen moderado. Pensé en si debía pedirle que le bajara al volumen o no. ¡Pues claro que sí!, me dije. Al igual que él, pensé, yo también pongo música para trabajar, ¡pero no se la impongo a los demás! Así que salí y le pedí que lo hiciera. El hombre fue amable y la apagó. Entré a mi casa sintiéndome muy bien, pero un rato después pensé: claro, si uno hace trabajo de escritorio, oye música instrumental a bajo volumen, pero si uno trabaja en exteriores colgado de un arnés y con un casco puesto, no es como que pueda usar audífonos ni “ponerla más pasito, señor, por favor”, ¿no?