La más bonita de la fiesta

Era la primera fiesta de noche a la que me invitaban mis amigos del colegio. Yo estaba en mi año estelar: acababa de cumplir quince y ya me había consolidado como el payaso del curso y, tal vez, el tipo más chistoso del bachillerato. Mis trabajos habían empezado a los doce, o quizás un poco antes, con imitaciones de los profesores y chistes oportunos en las clases. Por los días de la fiesta, mi número más popular era el de “Tornillito, el payaso”, que se trataba de imitar la voz y el tono de un payaso bogotano.

En algún momento de la fiesta paramos de bailar, seguramente porque no sabíamos muy bien cómo hacerlo y nos daba vergüenza, y se armó un corrillo del que yo terminé siendo el centro. Hice mi número de Tornillito y todos se partieron de la risa. En el corrillo había varias niñas. Una de ellas, la menor y la más pequeña, era una rubia delgadísima de trece años, delicada y elegante. Llevaba un reloj blanco, y su nombre era francés: Cé. Me llamó la atención por lo peculiar y quise pasar tiempo con ella, pero se fue temprano. No recuerdo cómo supe esa noche que mi amigo R hablaría con ella o la vería al día siguiente, así que, cuando me despedí, le dije que le mandara mis saludes. Sentí que tenía que hacerlo porque era la más bonita de la fiesta.

El lunes siguiente, en el colegio, R me dijo: “Cé quedó muy emocionada con las saludes de Tornillito”. Bastó que me dijera eso para que yo me enamorara de ella durante los siguientes tres años y la llamara todos los días para decirle que la quería, le hiciera letreros de colores y letras chéveres con su nombre en hojas de cuaderno, le mandara una bufanda perfumada y la invitara a todas las obras de teatro del colegio en las que yo era el protagonista. Nunca fue a ninguna, pero siempre fue amable conmigo, y era dulce.

Me hice sufrir como un condenado y la inquieté a ella con mi insistencia, pero yo creía que ella era la que me hacía sufrir con su desdén, y así se lo decía a todo el mundo. Algunas de mis amigas la odiaron por eso.

Nos graduamos del colegio y nunca volví a saber de Cé. Veinte años después me la encontré en una fiesta. Ya éramos adultos en sus treintas, así que quise acercarme a saludarla con la idea de hacer algún chiste sobre mi intensidad de adolescente (a manera de disculpa, supongo). Pero tan pronto me vio, Cé se alejó de prisa sin mirarme, avergonzada. Qué horror. Pobre la niña de trece años que tal vez todavía vive en ella. Con el tiempo entendí que nunca estuve enamorado, que ni siquiera la deseaba porque no la conocía, ni me importaba, pero la acosé inmisericordemente todos los días durante tres años porque era la más bonita de la fiesta.

*Nota: Sangro la primera línea de cada párrafo como debe ser, pero cuando publico la entrada no sale la sangría.